John D. Rockefeller, el hombre que amasó la fortuna más grande de América en el siglo XIX, nació en una familia muy pobre, hijo de un hombre bígamo que los dejó a su suerte cuando eran muy pequeños. En su adolescencia se entrenó como asistente de contabilidad en una pequeña empresa y luego empezó a invertir en diversas actividades, hasta que llegó al petróleo. Su fortuna se la atribuyó a Dios, pues tenía una fe enorme y el convencimiento total de que era un hombre favorecido por su fe inquebrantable. Después se convirtió en el filántropo más importante de su país.
No sólo Rockefeller sentía que una fuerza superior lo apoyaba. También hay muchos casos criollos. Jorge Luis Monroy sufrió hace algunos años una profunda crisis personal y económica. Sus negocios estaban al borde del fracaso y esto le generaba una gran depresión. Como último recurso para sobrellevar esa carga, empezó a frecuentar las iglesias católicas. Durante horas se sentaba en una de las bancas y oraba, con las mismas oraciones que había aprendido de sus padres.
Empezó a sentir que esas fórmulas básicas no eran suficientes y se dio a la tarea de buscar libros de oraciones que lo ayudaran a profundizar su renovada fe. Pero no los encontró. Entonces llegó un mensaje especial. Su empresa editorial debía empezar a producir esos textos que tantos necesitaban y no tenían. Editar Ltda empezó un nuevo camino, incluso, se convirtió en exportadora de Biblias y textos de oración a países de gran tradición católica como México, entre otros.
Seguramente habrá excepciones, pero la mayoría de nuestros empresarios tienen en común una profunda fe en Dios, o en un ser superior que les brinda fortaleza espiritual para enfrentar las vicisitudes de los negocios. En los cientos de entrevistas que he logrado con estos gerentes de pequeña y mediana empresa siempre he percibido ese rasgo, bien sea porque lo expresan de manera abierta y desenfada cuando agradecen a Dios los favores recibidos, o porque se observan en sus oficinas imágenes de la virgen o la Biblia abierta en algún Salmo en particular.
Pero no se trata de dedicarnos a rezar cada vez que necesitamos que un negocio salga bien o cuando vemos que las ventas van de capa caída. No, no es ese sentido transaccional de Dios el que viven estos gerentes sino un estilo de vida que hace de la espiritualidad un requisito para estar bien con ellos mismos y con el mundo exterior.
Incluso diversas investigaciones han demostrado que uno de los rasgos típicos de los Gerentes con mayores habilidades directivas, o gerentes de nivel 5, es un profundo autoconocimiento. Esta característica va acompañada de un enorme desapego por los logros personales y una gran vocación por el logro de equipo y la trascendencia. ¿Contradictorio? A primera vista podría sonar así, lo cierto es que el desarrollo de una fe enorme, tenga el nombre que se quiera, sí puede ser un camino muy efectivo para lograr empresarios más equilibrados, exitosos, felices y comprometidos con la sociedad.
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