Hace un par de años leí la historia de una exitosa diseñadora americana que se negaba a recibir inversión para ampliar su negocio y abrir boutiques a lo largo y ancho de los Estados Unidos. En contra de toda lógica empresarial, ella decidió mantener su negocio muy pequeño por dos razones sencillas: quería seguir dando a sus clientes una atención única y personalizada y valoraba por encima de todo su calidad de vida familiar, algo que habría arriesgado al crecer el tamaño de su empresa. ¿Es tan malo no querer crecer?
El recuerdo de este artículo afloró después de leer el discurso de presidente de Uruguay, José Mujica, en la Cumbre de Río. El admirado y humilde mandatario criticó las ansias desmedidas de consumo que han marcado el modelo capitalista.
Crecer, crecer y crecer sus ingresos es la premisa de muchas empresas hoy, sin importar la situación de su mercado o el país. ¿Es el crecimiento la única alternativa para un empresario? La respuesta lógica sería sí. De hecho muchos microempresarios son criticados por su falta de visión, ambición y proyección de largo plazo que los lleva a quedarse minúsculos. ¿Todos los modelos de negocio deben crecer? ¿Es realmente tan malo querer ser pequeño?
Pero si se analizan las razones que dio la diseñadora americana, que involucran aspectos estratégicos de negocio como su interés en mantener un servicio diferenciado para clientes muy exclusivos así como motivos personales poderosos, se podría pensar que no siempre es malo no querer ser un gran jugador. Por el contrario, en el mundo de la moda contar con la asesoría directa del diseñador es un valor agregado fundamental.
La situación difícil que afrontan las grandes potencias mundiales nos demuestra la necesidad de replantear nuestro modelo económico. Expertos ya han advertido que de no detener nuestras ansias de consumo en apenas 18 años vamos a necesitar dos planetas tierra para responder a las demandas de todos sus habitantes. Pero hasta el momento nadie ha logrado plantear un modelo viable, uno que brinde calidad de vida a todos y mejore la distribución del ingreso para que no existan tantas diferencias entre los que más tienen y los más pobres.
¿Y qué pasaría si los altos ejecutivos de grandes empresas renunciaran a una porción de sus fabulosos ingresos para bajar los precios de sus productos y propiciar que más personas tuvieran acceso a ellos? ¿Cómo sería nuestra economía si los accionistas de las empresas decidieran tener ambiciones más ecológicas y armoniosas con el bienestar del planeta entero?
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