Hace algunos años me acerqué con un ánimo asociativo a unos colegas de una empresa de comunicaciones en busca de sinergias para contratar algunos servicios a menor costo, incluso crear un estudio de medios pyme que nos ayudara a tener más visibilidad entre las agencias y centrales de medios. Pero la frustración pronto me invadió al ver que su único interés era obtener toda la información posible de mi empresa pero no compartir nada de la suya.
Lógicamente, en cuestión de pocos días decidí aplicarles la ley del hielo para ‘responderles’ con la misma moneda. Un par de meses después su gerente me llamó para pedirme que reanudáramos las conversaciones y, de paso, me pidió un poco más de información. Hasta el sol de hoy no he vuelto a saber de ellos. Lo triste es que sigo pensando que esa alianza habría sido muy positiva para los dos, tanto en términos económicos como de conocimiento.
Este tipo de experiencias son las que matan el espíritu asociativo que tanto necesitamos en el país para lograr que nuestras pyme mejoren su competitividad y productividad de cara a los retos que nos imponen los TLC en que nos estamos embarcando.
Son muy pocos quienes pueden mostrar resultados positivos en estas iniciativas. Un caso es el de los cafeteros que gestaron su modelo asociativo hace varias décadas y siguen unidos a él gracias a las ventajas que les ofrecen y la fortaleza política que les representa. Muchos deberíamos seguir el ejemplo de los caficultores y pensar en el bienestar común.
Y cuando aparece un buen samaritano interesado en apoyar a un empresario que despierta su simpatía y espíritu de solidaridad la desconfianza aparece: ¿será que nos va a tumbar?¿cuáles serán sus intenciones?¿cuánto me querrá sacar?
Lo peor es que por andar defendiendo nuestro pedacito de queso de los demás ratones, no nos hemos enterado de que ya llegó un gato enorme a comernos a todos nosotros. Egoístas, prepárense porque ya llegó un gato llamado TLC.
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