Hace unos años tuve la oportunidad de vivir un proceso con
un grupo de mentores, que evaluó aspectos clave de mi negocio. Al final de la
charla uno de ellos, que insistía en intentar modificar los planes que tenía
previstos para el desarrollo de la empresa me miró desafiante y me dijo:
“Parece que es usted bastante terca”. El tono era de franca desaprobación y me
dejó un tanto lesionado el ego. Pero evaluando en la distancia la experiencia,
realmente he entendido que a la mayoría de quienes deciden emprender les tildan
de tercos en algún momento de la vida.
Yo prefiero la palabra tozudo, que se define como aquél que
no se rinde. ¿Acaso no se requiere ser terco para continuar adelante a pesar de
las dificultades, de las decepciones, de las lágrimas y de las piedras que se
aparecen en el camino de todo emprendedor? ¿No hay que llevarle la contraria a
medio mundo, incluida la familia, para concretar una idea de negocio aunque las
ofertas de empleo sean grandes y generosas?
En aquel momento no asumí bien la crítica, pero ahora lo veo
como algo constructivo. Ese mentor pudo detectar en mí, en apenas unos minutos,
el ingrediente clave para mantenerse firme ante las tormentas. Claro que soy
terca, lo he sido y lo seguiré siendo, esa es la gran fuerza que mantiene a mi
equipo tranquilo cuando las cosas no salen bien, y la que los orienta cuando se
piensa en el futuro.
Claro, no lo digo con la altivez de quien piensa que no se
equivoca jamás. Por el contrario, sé que para continuar adelante es necesario
escuchar, evaluar, sopesar y tomar decisiones. También estoy consciente de que
el cambio es la única manera de sobrevivir y consolidarse. Pero quien quiera medírsele a la aventura de
emprender tiene que evaluar primero su nivel de terquedad, de lo contrario se
lo pasará como una veleta, que se voltea de un lado a otro de acuerdo con las
circunstancias o las opiniones ajenas.
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