lunes, 16 de septiembre de 2013

No temas al fracaso

Que lance la primera piedra el que no haya sentido pánico de que otros piensen que fracasó, especialmente sus padres y familiares, en alguna etapa de su vida. Este particular temor les ha impedido a muchos llevar a cabo sus sueños y planes, llevándolos al final de sus vidas a sentir que de verdad fracasaron.

Un reconocido dirigente gremial murió envenenado por la amargura de no haber logrado su sueño de ser músico. En cambio, se convirtió en un admirado ejecutivo que tuvo el mundo a sus pies durante muchos años. Sus amigos dicen que tanta rabia se convirtió en un cáncer que se lo llevó rápidamente. El brillante vocero gremial nunca fue capaz de enfrentar a su familia, de tradicional apellido y rancio abolengo en el Eje Cafetero.

Algo muy similar me ocurrió hace 12 años, cuando decidí convertirme en emprendedora. Tenía un buen empleo, con un salario bastante satisfactorio, un cargo de dirección y tranquilidad en mi vida cotidiana. Cumplía un horario fijo, disfrutaba mis fines de semana, me iba de vacaciones totalmente desconectada de mi trabajo y no me preocupaba pensando de dónde saldría la plata para pagar trabajadores y arriendo. ¡Mi vida era perfecta!

Pero un buen día decidí que esa perfección me tenía incompleta. Le anuncié a mi mamá la noticia y por poco se infarta; durante más de seis meses se dedicó a convencerme de la locura que iba a cometer. Apeló a muchas justificaciones racionales y menos racionales para evitar que yo pasara trabajos. Pero como suele ocurrir cuando tomo una decisión, mi terquedad triunfó. Constituí mi empresa y empecé mi camino.

Muchas piedras se me han atravesado desde entonces. Pero la más difícil de superar ha sido la del temor al Fracaso, ese fantasma insistente que al principio nos desvela y luego se convierte en un aparente inofensivo acompañante. El primer año se aparece cada cierto tiempo, cuando sentimos que vamos por un rumbo equivocado. Con el tiempo creemos dominarlo, incluso lo ignoramos, hasta que una nueva piedra o peñasco cae sobre nuestro camino.

Lo he tenido que ver tantas veces que he logrado entender su raíz en las absurdas exigencias de no quedar mal ante los demás. Con sinceridad, fracasar no sería tan agobiante si lo pudiéramos vivir en la intimidad de nuestra casa, aislados del mundo, encerrados en una cueva a salvo del qué dirán.

Pero como es imposible lograr este beneficio del fracaso a solas, tenemos que trabajar ese temor y convertirlo en un aliado. En economías como la de Estados Unidos un empresario puede fracasar muchas veces y le vale un bledo el qué dirán porque ve esa circunstancia como un aprendizaje. Como le ocurrió a Thomas Alva Edinson cuando alguien le peguntó si no se sentía fracasado tras cerca de 10 mil intentos fallidos por crear la bombilla incandescente. Con la confianza que solía exhibir, el inventor respondió: no he fracasado, solamente he identificado 10 mil formas que no funcionan para llevar a cabo mi invento.


Dejemos el temor al fracaso a un lado, olvidémonos del qué dirán y sigamos adelante con nuestro empeño. Al final, tendremos la satisfacción de haber hecho lo que nos llenaba y no lo que los demás esperaban de nosotros. ¿Acaso no se trata de eso la felicidad?

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