Todavía no entiendo cuál es la filosofía de Juan Ricardo
Ortega en la Dian. Como empresaria, lo único que se me ocurre es que se propuso
obstaculizar mucho más nuestras responsabilidades ante la Dirección de Impuestos
y Aduanas Nacionales. Para la muestra un botón: hacer cualquier trámite ante la
entidad (registrar el contador o el revisor fiscal o solicitar la devolución de
impuestos, entre otros) requiere de la presencia del representante legal de la
empresa o de un abogado con poder legal. Con toda seguridad los únicos felices
con esta absurda decisión son los bufetes de abogados, que ya tienen otra
fuente de ingresos gracias al Dr. Ortega, y como la mayoría no sabe de
impuestos también hay que mandar al contador para que responda las inquietudes
de la entidad.
Reconozcámoslo, los mensajes que recibimos nos indican que para
la dirección de impuestos todos los empresarios somos unos tramposos. Basta ver
el estilo con el que los funcionarios responsables de las devoluciones hacen
sus visitas: uno les abre la puerta y lo primero que ve es a un personaje con
cara de dóberman (con los dientes brillando, el ojo aguzado y la nariz
olfateando la trampa), ni se le ocurra ofrecerles tinto, si acaso reciben agua
y eso si se saca del grifo.
Muchos empresarios me han dicho que cuando los visitan para
evaluar las solicitudes de devolución el ambiente se torna tenso, es como si a
uno le hicieran un allanamiento. Los empleados se miran de reojo y dicen: es
que les cayó la Dian. ¿Será que ese
estigma es constructivo en un país con ganas de crecer? Sinceramente yo no lo creo.
Lo más duro es aceptar que ese ‘socio’ que nos maltrata
sicológicamente se lleva una significativa porción de los ingresos que
tanto cuesta generar. ¿No sería más conveniente cambiar el discurso por uno
menos punitivo? Yo propongo que en la Dian desarrollen un programa de Servicio al
Cliente, uno muy bueno y efectivo que les ayude a entender que estos
empresarios son los que generan la plata para que el Gobierno gaste e invierta,
no siempre con la mayor eficiencia ni transparencia.
Recientemente visité la sede del Centro y
salí frustrada. Como si se tratara de una IPS del régimen subsidiado había una
fila enorme desde primeras horas de la mañana. Luego entra uno y se encuentra
con unas oficinas viejas, con las alfombras rotas, muebles descompuestos y
gente con cara de amargura. La asignada
para mi trámite ni se volteó cuando le dije “buenos días”, continuó de espaldas
y preguntó qué necesitaba. Unos 10 minutos después se dignó a mirarme, entonces
la cosa fluyó un poco mejor. Yo, que antes le daba poder a mi revisor fiscal para
estos trámites, tuve que ir obligada para conocer algunas de las realidades de
la Dian.
¿Se aguantaría usted un socio que lo regaña, le pone peros a
todo, le saca la plata a las malas y encima de todo cada que lo ve le hace mala
cara? Yo no, y quien lo haga sería un verdadero mártir. Dr. Ortega, por favor,
contrate una consultoría en servicio al cliente con urgencia, enséñeles a sus
funcionarios (empezando por usted, que siempre que habla parece que estuviera
regañando al interlocutor) que es más chévere cobrarle a la gente con
amabilidad y una sonrisa, que a punto de sombrerazos. Por lo menos, a los empresarios que nos gusta ser legales y dormir tranquilos.
Y esto es sólo un punto. El otro, que dará para comentarios más adelante, es la lentitud con la que están reglamentando la reforma tributaria. Hoy, marzo 15, ni siquiera tenemos los decretos que reglamentan el nuevo esquema de retenciones en la fuente. Ante la falta de normas claras, muchas empresas han decidido continuar aplicando el procedimiento anterior, no sea que en la Dian se les ocurra alguna brillante idea que complique aún más las cosas y terminen multados.
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