domingo, 17 de marzo de 2013

La Dian !qué socio!


Todavía no entiendo cuál es la filosofía de Juan Ricardo Ortega en la Dian. Como empresaria, lo único que se me ocurre es que se propuso obstaculizar mucho más nuestras responsabilidades ante la Dirección de Impuestos y Aduanas Nacionales. Para la muestra un botón: hacer cualquier trámite ante la entidad (registrar el contador o el revisor fiscal o solicitar la devolución de impuestos, entre otros) requiere de la presencia del representante legal de la empresa o de un abogado con poder legal. Con toda seguridad los únicos felices con esta absurda decisión son los bufetes de abogados, que ya tienen otra fuente de ingresos gracias al Dr. Ortega, y como la mayoría no sabe de impuestos también hay que mandar al contador para que responda las inquietudes de la entidad.

Reconozcámoslo, los mensajes que recibimos nos indican que para la dirección de impuestos todos los empresarios somos unos tramposos. Basta ver el estilo con el que los funcionarios responsables de las devoluciones hacen sus visitas: uno les abre la puerta y lo primero que ve es a un personaje con cara de dóberman (con los dientes brillando, el ojo aguzado y la nariz olfateando la trampa), ni se le ocurra ofrecerles tinto, si acaso reciben agua y eso si se saca del grifo.

Muchos empresarios me han dicho que cuando los visitan para evaluar las solicitudes de devolución el ambiente se torna tenso, es como si a uno le hicieran un allanamiento. Los empleados se miran de reojo y dicen: es que les cayó la Dian.  ¿Será que ese estigma es constructivo en un país con ganas de crecer? Sinceramente  yo no lo creo. 

Lo más duro es aceptar que ese ‘socio’ que nos maltrata sicológicamente se  lleva una significativa porción de los ingresos que tanto cuesta generar. ¿No sería más conveniente cambiar el discurso por uno menos punitivo? Yo propongo que en la Dian desarrollen un programa de Servicio al Cliente, uno muy bueno y efectivo que les ayude a entender que estos empresarios son los que generan la plata para que el Gobierno gaste e invierta, no siempre con la mayor eficiencia ni transparencia.

Recientemente visité la sede del Centro y salí frustrada. Como si se tratara de una IPS del régimen subsidiado había una fila enorme desde primeras horas de la mañana. Luego entra uno y se encuentra con unas oficinas viejas, con las alfombras rotas, muebles descompuestos y gente con cara de amargura.  La asignada para mi trámite ni se volteó cuando le dije “buenos días”, continuó de espaldas y preguntó qué necesitaba. Unos 10 minutos después se dignó a mirarme, entonces la cosa fluyó un poco mejor. Yo, que antes le daba poder a mi revisor fiscal para estos trámites, tuve que ir obligada para conocer algunas de las realidades de la Dian.

¿Se aguantaría usted un socio que lo regaña, le pone peros a todo, le saca la plata a las malas y encima de todo cada que lo ve le hace mala cara? Yo no, y quien lo haga sería un verdadero mártir. Dr. Ortega, por favor, contrate una consultoría en servicio al cliente con urgencia, enséñeles a sus funcionarios (empezando por usted, que siempre que habla parece que estuviera regañando al interlocutor) que es más chévere cobrarle a la gente con amabilidad y una sonrisa, que a punto de sombrerazos. Por lo menos, a los empresarios que nos gusta ser legales y dormir tranquilos.

Y esto es sólo un punto. El otro, que dará para comentarios más adelante, es la lentitud con la que están reglamentando la reforma tributaria. Hoy, marzo 15, ni siquiera tenemos los decretos que reglamentan el nuevo esquema de retenciones en la fuente. Ante la falta de normas claras, muchas empresas han decidido continuar aplicando el procedimiento anterior, no sea que en la Dian se les ocurra alguna brillante idea que complique aún más las cosas y terminen multados.

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