Hace algunas semanas me reuní con un par de empresarios con
gran experiencia en el sector de grasas y aceites, quienes explicaban los
ajustes y grandes inversiones que tuvieron que hacer para acomodarse a la
prohibición del uso del cebo animal en la producción de grasas para el consumo
humano.
Un tanto apenados, pero riendo de buena gana, reconocieron
que se dejaron llevar por la bendita costumbre muy colombiana de esperar a que se corrieran los plazos para que
entrara en vigencia la norma, en lugar de prepararse con anticipación para
recibir los cambios en las mejores condiciones.
"Le confesamos que nosotros hicimos un grupo de presión
con el que pasamos varios oficios al Ministerio de salud. Pedíamos dos años
para ajustarnos a la norma, aunque pensábamos que nos iban a dar por lo menos
uno. Al final, nos dieron lo que estaba establecido, apenas 6 meses, pero se
nos fueron en el desgaste de la pelea y nos cogió la noche”, dijo uno de los
entrevistados.
Con casi un año de retraso, uno de ellos vio cómo sus ventas
se redujeron en casi un 25%. Este campanazo lo despertó y decidieron invertir cerca
de dos mil millones de pesos en el montaje de una nueva planta, toda con
tecnología colombiana. Ahora ya se encuentran preparados para lo que viene y
dicen que aprendieron la lección, porque en materia de negocios más vale actuar
proactivamente que sentarse a llorar sobre la leche derramada.
Lo mismo les ha pasado a muchos frente a los TLC. Duramos
tantos años definiendo el cómo, el qué y el cuándo que pensamos que nunca se
iban a volver una realidad. Y ya lo son. El acuerdo con la Unión Europea entró
en vigencia la semana pasada. Frente a él vemos dos posturas: los que siguen
llorando sin hacer nada para cambiar y los que secaron sus lágrimas y están
reinventando su negocio porque saben que nadie va a salir a lanzarles un
salvavidas.
Esto me recuerda a un consultor que alguna vez
comparó a las pyme con las cucarachas, pero no por lo malucas e indeseables
(aunque a algunos funcionarios del Gobierno así les parezcan). Por el
contrario, por la resistencia que tienen y la capacidad de mutar para ajustarse
a cualquier entorno agresivo, al punto que los científicos afirman que en caso
de una hecatombe nuclear serían las únicas capaces de sobrevivir y adaptarse.
Bueno, es el momento de que nuestras ‘cucarachas empresariales’
saquen sus mejores cartas y demuestren esa capacidad de aguante y adaptabilidad
con la que han venido acomodándose a un país con una pésima infraestructura
vial, un entorno tributario totalmente agresivo y altos costos de operación.
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