Cuando apenas era una recién graduada mi gran sueño era
venir a vivir a Bogotá, cual provinciana de telenovela rosa que espera que
todas sus aspiraciones se hagan realidad en la metrópoli. Y así fue. Logré
viajar, encontré un empleo en lo que me gustaba (reportera de la Casa Editorial
El Tiempo) y fui creciendo profesionalmente. Muchos sueños se han hecho
realidad en esta ciudad. Pero ese atractivo laboral que encierra la capital se
ha convertido en nuestro peor enemigo: las calles ya no dan abasto con tanto
carro y la falta de visión de largo plazo de las autoridades locales nos está
generando un terrible hacinamiento poblacional en todos los estratos.
Los habitantes de la ciudad también contribuimos al
desorden. Nos cuesta bajarnos del carro hasta para ir a la tienda de la
esquina. Una caminata de 20 minutos se nos hace inconcebible y preferimos
seguir emitiendo e inhalando gases con tal de ir cómodos así nos demoremos una
hora o más en llegar a nuestro destino. Si no cambiamos, en dos o tres años
vamos a colapsar. Por eso es el momento de hacer cambios drásticos en nuestras
rutinas.
Tenemos que olvidarnos de tanta banalidad y apariencia si
queremos que la ciudad mejore un poco. En primer lugar, es clave que elijamos a
conciencia a un buen gobernante. Alguien que vea a la capital como una ciudad
humana en los próximos 50 y 100 años, en lugar de satisfacer su propio orgullo
o llenarse los bolsillos de contratos. En segundo lugar tenemos que volvernos
más humildes y empezar a movernos a pie, en bicicleta o en transporte masivo si
queremos que de alguna manera el tráfico caótico se mueva y nuestros hijos no
empiecen a pagar las consecuencias con un aire contaminado.
Claro, la excusa de siempre será que el Transmilenio es un
desastre pero por experiencia personal puedo afirmar que es posible elegir
mejores horarios para desplazarnos con cierto nivel de holgura y rapidez. El
gran reto es que se nos quite la pena de decir que nos movemos en los
articulados porque con orgullo no vamos para ninguna parte. En las ciudades
capitales la gente se mueve en metro, que es mucho más cachetoso aunque se
monten desde el embolador hasta el CEO de una gran empresa. En Europa la
bicicleta es un honorable medio de transporte y aquí deberíamos adoptarla con
más pasión. Bogotá nos está pidiendo a gritos que actuemos.
No podremos estar a la altura de las mejores ciudades para hacer negocios si no logramos resolver nuestro problema de embotellamiento ¿será que es calidad de vida estar tres horas diarias metido entre un carro? Y ojalá que el SITP empiece rápido a operar en toda la ciudad para que sigamos promoviendo la cultura del paradero y nos olvidemos para siempre de las eternas paradas de las busetas sucias y malolientes que tanto daños le hacen a la movilidad de la ciudad.
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