Durante los últimos dos años he realizado visitas a más de
150 empresas en diferentes ciudades del país. Y de las charlas con esos
gerentes me queda una conclusión clara: Tenemos que estar atentos a lo que está
ocurriendo con las empresas familiares en Colombia. La mayoría de esos gerentes
son personas de gran experiencia, energía y visión pero ya cruzaron la barrera
de los 55 años.
Según un par de estudios de la Superintendencia de
Sociedades, entre 1970 y 1990 se establecieron las empresas familiares
más exitosas del país. Esto significa que buena parte de sus fundadores ya
deben estar pensando o preparando el terreno para formar a un sucesor o
entregar el mando.
Pero el asunto realmente preocupante es que de 10 empresas,
apenas tres o cuatro tienen claro que uno de los hijos del fundador o un
externo se está preparando a conciencia para tal suceso. Las otras seis se ven ‘enredadas’
con esta decisión y no saben a ciencia cierta cómo resolverán el asunto.
En unos casos, los hijos del dueño han tenido la fortuna de
estudiar en el exterior y han formado sus vidas en otros países, por lo tanto
no tienen la más mínima intención de regresar al país para asumir las riendas
de un negocio que no conocen y ‘no se sienten dolientes’.
Otros no han desarrollado las competencias o no tienen el
liderazgo que sus padres estiman necesario para reemplazarlos en medio de un
país que ha cambiado tanto en los últimos años. Y un último grupo de sucesores
resultó tan pilo que decidieron seguir sus vocaciones al servicio del Estado o
de multinacionales, con gran éxito.
A todos nos compete esta coyuntura. A la banca, al Gobierno,
a las grandes empresas, a las universidades y a los gremios por lo tanto se
requiere de acciones coordinadas para apoyar esos procesos y generar
herramientas que permitan hacer la transición con los mejores resultados para
las familias, los empleados y el país.