Creer que todo es posible, y hacerlo posible, es el gran atractivo de quienes tienen espíritu emprendedor. Lo mejor de todo es que no existe una edad específica para esta condición. Hace algunos meses vimos en mi casa la película infantil The Croods, que cuenta a su manera en qué se basó la evolución de los hombres de las cavernas a la civilización. Y la clave está en la innovación y el emprendimiento.
El padre de familia era un cavernícola comprometido con proteger a su familia, a la que sometía a largas jornadas en una cueva que sellaban con una roca para evitar que los animales salvajes los atacaran. Toda la narrativa se basaba en seres que desafiaban las leyes de la supervivencia y morían, indefectiblemente, a causa de su interés en conocer algo nuevo.
Sus hijos, esposa y suegra siguen las reglas hasta que un día llega un nuevo personaje. Un ser humano con zapatos de piel, que puede fabricar fuego con un par de rocas y además es capaz de cazar su propia comida ideando trampas que le evitan el tener que correr por extensas llanuras y exponer su vida a las filosas garras de los salvajes animales.
Entonces empieza una gran revolución, en la que los más jóvenes se ven tentados a seguir el llamado de ese pequeño emprendedor pero los viejos desean mantenerse protegidos en su oscura e incómoda vivienda. Las circunstancias de un mundo que cambia (llega el deshielo) le plantean al padre de familia la inutilidad de su sistema de creencias y el rico universo que se abre ante él cuando cuestiona su mente.
Y después de absurdos intentos descubre que él también puede ser creativo, innovador y emprendedor. Y ya no cuento más la historia porque es mejor verla, pero esa hora y media me dejó una hermosa experiencia sobre los enormes desafíos que enfrentamos todos los días en nuestras vidas. Ya no cazamos tigres dientes de sable, pero sí debemos generar modelos de negocio sostenibles en medio de un escenario de alta competencia en donde a diario vemos filosos dientes y garras.
martes, 21 de abril de 2015
miércoles, 8 de abril de 2015
Trabajo vs Felicidad
Ahora que la felicidad está de moda, tanto que hasta en Harvard
dictan un curso sobre el tema y es uno de los que más acogida tienen por
parte de los altos ejecutivos, bien vale la pena que nos cuestionemos qué
significa para nosotros ser feliz y cómo podemos vivir ese sentimiento cada día
de nuestra vida.
Me causa inquietud que en los últimos años la infelicidad se
asocia de manera permanente al trabajo, como si el hecho de realizar una labor
para vivir nos estuviera mutilando emocionalmente. Y, en mi caso, el trabajo ha
sido una fuente más de felicidad y de reafirmación personal pero no la única. Por eso me
preocupa que cunda esta idea loca de que trabajar es una maldición que mata la
alegría de vivir.
Gracias a mi trabajo he desarrollado muchas habilidades
personales, he conocido personas valiosas, he compartido con tantas otras que
me han generado grandes aprendizajes, he conocido muchos lugares y he entendido
cómo la sociedad del conocimiento nos impulsa cada día a evolucionar, creo que
la labor que he desarrollado ha sido un vehículo perfecto para ser mejor
persona. Para mí trabajar es una fuente permanente de felicidad, a pesar de los
tropiezos y de los retos que a diario nos resultan.
¿Quién no tiene dificultades en la vida? Todos enfrentamos
circunstancias que nos miden la gasolina. Hace unos años me sentía morir,
entraba en depresión y experimentaba angustia cuando un negocio o varios no
salían como esperaba. Podía pasar semanas ahogada en la desazón de la
incertidumbre. Ahora también me da estrés que mis planes no salgan en el
momento que esperaba, pero lo asumo con una actitud más pedagógica, con el
ánimo de aprender. Y siempre pienso en
lo peor que podría pasar, en esos escenarios mis valores me elevan por encima
de la eventual desgracia y termino dando gracias porque son más las
experiencias positivas que experimento en cada momento.
Tener trabajo es una bendición, y así se trate de un cargo
directivo o de cavar tumbas, el simple hecho de contribuir con un servicio nos
debe dar elementos para levantarnos cada día felices. No es sencillo, lo
reconozco. Cuando estaba muy joven tendía a buscar nuevas opciones de empleo
cuando percibía que empezaba a aburrirme con lo que hacía. Con los años entendí
que el problema era mi actitud, en lugar de automotivarme para ver cada día
como una oportunidad de mejorar e innovar me anclaba en la rutina y dejaba de
luchar. Entonces creía que la clave estaba en cambiar de escenario y de
reparto, pero al final me volvía a pasar lo mismo, me aburría al cabo de tres o
cuatro años.
Hoy veo las cosas de una manera diferente, gracias a Dios, porque
de lo contrario hasta el matrimonio estaría condenado a terminarse ¿o acaso hay
una actividad más rutinaria que vivir todos los días con la misma persona a la
que conocemos en sus más íntimos secretos? Con ello no quiero decir que se haya
superado el riesgo de aburrimiento (por el cual muchos y muchas terminan en
relaciones extramaritales que dan al traste con familias hermosas).
Todos los días tenemos la responsabilidad de ser felices, de
imponernos nuevos retos, de superar nuestras fallas, de pedir perdón y de
perdonarnos a nosotros mismos cuando nos equivocamos. Al fin de cuentas, somos
humanos.
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